PRIMERA COMUNIÓN
 
 

          La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana. Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. Por la celebración eucarística nos unimos a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos.

          La Eucaristía como tal es celebrada por todos los fieles que asisten a ella en la parroquia o capilla, pero es presidida por el sacerdote. En este sentido somos todos partícipes de este sacramento, pero la participación plena se da en la Comunión, en el compartir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se entrega a nosotros para nuestra salvación.

          Es importantísimo recalcar el sentido comunitario de este sacramento, ya que es la Iglesia entera la que entrega en ofrenda el pan y el vino que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Junto a estos dones, se ofrece toda la vida y la comunidad, para celebrar junto la Resurrección y la Vida de Cristo.

¿Quiénes pueden recibir este sacramento?

          Todo bautizado puede y debe recibir este sacramento. Pero es importante que esté preparado para ello. Esto significa estar en armonía espiritual con Dios y con la Iglesia, en fraternidad con el hermano. La comunión es la participación plena en la vida y en la salvación de Cristo, por ello exige de nosotros un compromiso de adhesión y de fe.

          Por lo general, entre los 8 y 9 años comienza el periodo de preparación para recibir la Comunión. Esta preparación suele durar dos años.

          Obviamente, quién no ha recibido su "Primera Comunión" a esta edad, puede hacerlo posteriormente, con una preparación adecuada. Por esto es muy importante consultar en la parroquia respectiva los procesos de formación y preparación necesarios para recibir este sacramento en toda su plenitud.

¿Cuáles son sus signos principales?

          Ciertamente que la Eucaristía tiene su signo principal en la consagración, donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Al compartir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la oportunidad de participar vivamente de la salvación de Cristo, asistimos a su muerte y resurrección y nos preparamos para vivir conforme a Su Palabra. En la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, estamos haciendo viva nuestra fe. Por ello, la liturgia del perdón y la liturgia de la palabra, nos preparan para este momento central.

          La Comunión es el signo más fundamental de nuestra fe y hemos de recibirla con una preparación adecuada. La participación en la Eucaristía se recomienda en forma asidua, siendo imprescindible en los días de precepto y la Comunión como tal, en ocasión de Pascua de Resurrección.

 
 
Fuente: "Sacramentos" del sitio web http://www.iglesia.cl
 

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